Page 15 - San martín del Rey Aurelio
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de 1.958 –trabajada en “el relevu” de noche-, unos vecinos llegaron a la
            casa familiar de Riocerezal a informar de la muerte en accidente de mi
            tío Mero, con solo 37 años. Esa noche jamás la podré olvidar.

            Ese sentimiento de temor a los accidentes en la mina era compar-
            tido aunque pocas veces verbalizado, al menos por los niños. Pero
            esta amenaza condicionaba muchas decisiones. Y estuvo a punto
            de cambiar radicalmente mi futuro. Por ser niña. Lo común entonces
            era que las mujeres no entraban a la mina, había sido un logro, según
            la realidad del momento.

            Las familias con hijos planificaban su futuro de forma que pasara
            por no entrar en la mina, eso era lo que pensaban mis padres. Para
            lograrlo era necesario que estudiaran, a poder ser una carrera uni-
            versitaria, para poder así tener una y librarse del destino común en
            la zona: entrar a la mina. Para las niñas, no era tan necesario, el des-
            tino común era formarse en las labores propias del rol femenino del
            momento. En mi familia, la aspiración era que estudiáramos también
            pero ante el temor a no poder afrontar el coste de los estudios se
            priorizaba los estudios de los varones. Para las niñas, una profesión
            más “barata” como secretariado o algo así. De hecho, yo estudié ta-
            quigrafía y mecanografía antes de empezar el bachiller.

            Porque el dinero ahorrado había que destinarlo a los estudios de los va-
            rones “para que no fueran a la mina”. Pero el empeño de la maestra de la
            escuela pública de El Corralón, María Paz García Prendes, mujer progre-
            sista, decidida y valiente disipó los temores de mis padres, con el argu-
            mento de que la necesidad de los estudios era tan o más necesaria para
            las niñas. Los hombres tenían entonces muchas más salidas profesiona-
            les que las mujeres. Y así inicié mis estudios de Bachiller en Sotrondio.


            Era esa una época de enorme discriminación de las mujeres tras el
            corte radical y la erradicación de las políticas de igualdad implanta-
            das por la II República y suprimidas por la dictadura franquista de la
            faz de España hacía dos décadas. Un momento de plena vigencia del
            nuevo destino para las mujeres de esposas hacendosas subsidiarias
            de sus maridos. En mi caso he de decir que no se debió en absoluto
            a esta concepción del papel de la mujer sino a razones económicas, a
            no disponer de dinero para pagar los estudios de los cuatro.






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