Page 20 - Gamoneu
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Elogio de los pastores y de sus trabajos






         natural que se distingue por un sabor rotundo, de fuerte olor, ligeramente picante y con cierto
         regusto a humo.
            Mezclando dos o tres leches de las antes citadas elaboran un queso que sabe reunir en sí
         mismo todos los sabores del lugar donde nació la materia que le da forma.
            La Denominación de Origen Protegida vino a darle la señal inconfundible de identidad que
         atesora en su tradición de siglos, donde la propia pasta que le da vida y sabor parece reflejar
         el verde de los prados donde se engendró y el azul del cielo que lo cobijó.

            De un oficio sin límites de edad como es el del pastor o pastora que recorre muchos kiló-
         metros cada día por cumbres y praderas, que trabaja en silencio, conoce todas sus reses y hasta
         las llama por su nombre, solo puede salir el ingenio para que de sus manos surja un producto
         sabroso y original que se ha hecho un lugar en el amplísimo mundo de los quesos: el emble-
         mático queso de Gamonéu, sin olvidar -por supuesto- que Asturias está considerada como la
         región de Europa con mayor número de variedades de queso.

            De calidad de leches, pastos, clima, humedad, fermentación, elaboración, temperatura
         apropiada, cueva de reposo, oscuridad y otros detalles no menos importantes saben sobrada-
         mente los productores para que -con esa fusión- un buen queso Gamonéu acabe siendo una
         sorpresa en manos del consumidor.
            Desde aquellos tiempos en los que ir a “pastoriar” los ganados en el monte en los que -no
         pocas veces- era un niño o una niña los que cuidaban de algunas vacas, acaso un borriquillo
         y algunas ovejas, han cambiado muchas cosas, pero la esencia es la misma.

            Contaba hace casi un siglo el escritor y periodista Constantino Cabal que cuando el niño
         pastor era alquilado, el rebaño de vacas era mayor, y cuando le preguntaban lo que solía ganar
         en el oficio, acostumbraba a responder que dos pares de zapatos y seis duros cada año… y
         nada más.
            Era -y sigue siendo en tantos lugares del mundo- la ley de la pobreza, tan universal como
         injusta.
            Y por no hacer más larga esta grata y desinteresada colaboración, concluyamos dejando
         prendida en el espíritu de lectoras y lectores un ansia de curiosidad por conocer más sobre la
         vida y trabajos de las buenas gentes de estas bellas y muy queridas tierras onienses.














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