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Elogio de los pastores y de sus trabajos
Elogio de los pastores
FJRM y de sus trabajos Hombres y mujeres de estos pueblos altos lucharon titánicamente contra todo tipo de ad-
Francisco José Rozada Martínez versidades, desde la meteorología hasta el difícil acceso a la sanidad y a la educación, desde
Cronista oficial del concejo de Parres la carencia de los medios más elementales para llevar una vida medianamente aceptable hasta
el nulo reconocimiento a su callada y sacrificada labor.
Incluso su tipo de alimentación tuvo notables carencias.
En el magnífico marco que alberga la gran belleza natural de estas tierras del oriente astu- En la “Historia Natural y Médica del Principado de Asturias” -editada en el año 1762- es-
riano sobrevivieron miles de hombres y de mujeres dedicados -en su mayoría- al pastoreo y a cribía el médico y epidemiólogo español Julián Gaspar Casal que en el ejercicio de su profe-
la agricultura.
sión en la región observó cómo las más comunes enfermedades eran la sarna, el asma, la lepra
La vida de los pastores fue un tema recurrente e idealizado poéticamente ya en la Arcadia y el mal de la rosa, ésta última a la que -posteriormente- se denominó, en Italia, como pelagra
de la antigua Grecia, y pastores fueron los primeros que acudieron a socorrer y agasajar a un (de “pelle agra”, piel áspera).
niño desvalido nacido en un pesebre en Belén, sin olvidar al inmortal Miguel de Cervantes que Se debía la pelagra a la deficiente alimentación de los asturianos del siglo XVIII, con una
tantas veces pone en las alforjas del rucio de Sancho Panza algún trozo de buen queso elabo- dieta principalmente a base de maíz (que había llegado a Asturias a comienzos del siglo XVII)
rado por pastores, queso al que hace referencia en El Quijote hasta en diecinueve ocasiones.
castañas, habas, nabos, berzas y mijo.
La vida siempre fue dura para los habitantes de estas tierras y diríase que solo el legado bio- El consumo de patatas no se generalizó hasta comienzos del siglo XIX.
lógico los hizo tan infatigables como recios, adaptándose a través de los siglos a un territorio
considerado maravilloso para el turista, pero muchas veces inhóspito para el lugareño. La carne, la leche, el queso y la manteca eran alimentos que se consumían con mucha
menor frecuencia de la que hoy imaginamos.
Con frecuencia nos preguntamos sobre la resistencia a la adversidad de nuestros antepa-
sados en medio de tanto abandono, ahora ya mucho más amortiguado por los avances en El invento del plato autóctono del potaje alejó de los hogares humildes el fantasma del
comunicaciones y por el bienestar en general. hambre.
¡Cómo no iban a emigrar los vecinos de estas tierras en busca de horizontes más esperan-
zadores! Así el campo y la ganadería perdieron a miles de brazos jóvenes.
El ingenio y la agudeza del pastor en su diario quehacer es producto de sus experiencias
desde la aurora al crepúsculo, en un trabajo monótono puesto que siempre es la misma activi-
dad en el mismo escenario, como si de un esclavo del rebaño se tratase.
Referente a las ganancias que el pastor obtenga dudamos que sean proporcionadas al tra-
bajo que desarrolla.
Pasan los años y la pregunta sigue siendo la misma, aunque va aumentando de tono: ¿Se
acaba el pastoreo?
Fijémonos ahora en una de las labores específicas de los pastores y pastoras que elaboran
queso, centrándonos -en este caso- en el Gamonéu al que se dedica el libro que el lector tiene
en sus manos.
Mucho se ha escrito y hablado sobre uno de los quesos asturianos más conocidos que -ade-
más- se puede disfrutar en dos variedades: Gamonéu del Valle y Gamonéu del Puerto.
De generación en generación se fueron transmitiendo saberes para que las mezclas de le-
che de vacas, ovejas y cabras acabasen ofreciendo al consumidor un queso graso con corteza
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