Page 29 - Peñamellera Alta
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Después transcurrió un periodo bastante vacío: la romanización no fue muy activa, pues
                 dominados y dominadores apenas dejan rastro alguno intacto, a no ser muy cubierto por
                 superposiciones medievales. Así la calzada desde Tamandón hacia La Vidre, el puente de
                 este nombre y Jana hasta la conjunción con la otra calzada de Agrippa, como esta misma,
                 que abrió la comunicación hacia el Finis Térrea desde La Gascuña Gala, iba guarnecida de
                 torres en aquellos lugares que ya los Orgenomescos habían asentado sus castros y atalayas.
                 Desde el s. III Roma entra en decadencia y los visigodos se apoderan de Hispania. Pero
                 los cántabro-romanos, que siguen manteniendo su espíritu rebelde, reviven ínfulas inde-
                 pendentistas. Leovigildo para solucionarlo en parte, el 574 toma Amaya, monte vigía de
                 resistencia en la falda Sur de la Cordillera y borde septentrional de la Meseta, sobre la
                 franja Norte hasta el mar, en la que se incluye Peñamellera, y se crea nueva institución: El
                 Ducado de Cantabria, que sirva de valedor de aquellas tierras al estado visigodo.
                 En el siglo VII los Monjes de San Millán, después de fundar Monasterio, bajo las reglas de
                 San Benito, en la vecina Santianes del Valle Bajo, también dejan constancia de una antigua
                 capilla en Besnes, al lado de la calzada dedicada a Nuestra Señora, aparte de un núcleo
                 abacial con la veneración de San Millán.

                 Al derrumbarse en el Guadalete el estado visigodo en el 711, ese mismo año los musulma-
                 nes Tarik y Muza atraviesan de Sur a Norte toda España, llevándose en conquista cuanto
                 encuentran a su paso. Y como dice la Crónica Mozárabe del 754, los cristianos huyeron a
                 refugiarse en los montes del norte.
                 De este modo los cántabros y asturianos recibieron toda clase de advenedizos tanto milita-
                 res, como eclesiásticos (Camarmeña reunió en su aldea 4 obispos) y gentes hispano-visi-
                 godas en general de La Meseta. Eran conscientes de que sólo en las escarpaduras de aque-
                 llos montes podrían resistir, ante el empuje de un ejército, como el sarraceno, numeroso y
                 organizado, cuya fuerza logística se apoyaba en la caballería.
                 El Duque de Cantabria favoreció tal llegada de prelados, abades y altos dignatarios, que,
                 al ver ocupados sus cenobios o recelosos de cohabitar con los musulmanes, preferían huir
                 hacia estas tierras. El caso es que en pocos años se organizó una fuerza cristiana, capaz de
                 culturizar las gentes, revitalizar la fe de Cristo desde los cenobios, y lograr agruparlos en
                 Covadonga en torno a Pelayo, notable de la nobleza visigoda (722). Allí, reclamados por la
                 estratégica astucia de Pelayo, comenzó el declive mahometano, que no sólo fue instigado
                 ante la Santa Cueva, sino que atraído hacia las fragosidades de Los Picos de Europa, fue
                 definitivamente a sucumbir en Liébana (Cosgaya).
                 Una piedra grabada y conservada en Baró (Liébana) y el escudo de Los Noriega hablan de
                 la participación de gentes de aquí en la gloriosa hazaña (Ángelus Pelaio et suis victoriam
                 – “Un ángel da la victoria a Pelayo y a LOS SUYOS). Lo mismo se puede decir de los
                 Trespalacios originarios de Liendo (Cantabria) y enclavados y entroncados más tarde con
                 los Mier aquí, que pelearon en la legendaria Batalla de Roncesvalles.
                 La participación no quedó constreñida a este apellido, sino que se hizo extensiva a los mo-
                 radores tanto nativos como refugiados del Valle durante toda la campaña, que permaneció
                 en luchas por Los Picos de Europa, hasta la derrota definitiva de los sarracenos en Subiedes
                 (Cosgaya- Liébana) sobre el Deva.
                 A partir de la instauración del Reino de Asturias y sobre todo con la expansión de Alfonso
                 I, hijo del Duque Pedro de Cantabria, ésta se esfuma como entidad política y pasa a engro-
                 sar el Reino nuevo asturiano dentro de un Estado vigente hasta que se forma el Condado
                 de Castilla.



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