Page 25 - Peñamellera Alta
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romanos (torre de Somohano en Ruenes, El Pedrosu…) para puestos de vigilancia de su
Calzada, cuyos rastros arqueológicos se irían reparando y superponiendo en cada época
con los signos del momento.
Ya habían abandonado la vida cavernícola y en las cuevas situaban los restos de sus muer-
tos para su veneración. Dormían entre paja. Eran chozas circulares de paredes de adobe
o piedra con un pontón central, que soportaba, cónicamente dispuesta, la techumbre de
retamas.
Practicaban la covada, que consistía en que, tras el parto, la mujer entregaba el recién naci-
do al varón, que, al punto, se encamaba con la criatura, para recibir las atenciones debidas
a la parturienta en otras culturas.
Cerdos, ovejas, cabras, caballos... eran pastoreados por los hombres, mientras las mujeres
se afanaban en una agricultura de azada en torno a la choza. Estaban distribuidos en clanes,
agrupaciones menores que las de las tribus y mayores que las de las familias. Guisaban
con grasas de animales y molían bellotas y castañas, produciendo un pan áspero amasado
con sangre ( ¿anticipo del boronu? ). Se consumían quesos y diversos productos con leche.
Aprovechaban de la caza el jabalí, el corzo y ciervos en general; de la pesca del río, salmón
y de la mar, los moluscos. Bebían un jugo de plantas y frutos fermentados ( ¿sidra? ).
Calzaban corizas, tejían capas con lana y comenzaron el cultivo el lino.
Consideraban poseídos de fuerza espiritual al abedul, aliso, espino blanco, muérdago, ro-
ble, avellano, manzano, ciervo, corneja, cuervo, gato, jabalí, perro, salmón, serpiente, el
sol... y un cierto animismo del que hacían partícipes a los difuntos de clan.
Así los encuentran los romanos, cuando, como dijo Floro, Roma llega a este siglo I a. de
C. y ve, tras el aplastamiento de Numancia, que tan sólo le queda al Imperio dominar las
escarpaduras de aquel rincón del Cantábrico.
Es verdad que la dificultad de la empresa no era pareja al rendimiento económico que se
pudiera sacar de aquella tierra de poco aprovechamiento. Sin embargo Augusto y en su
Nuestra flora
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