Page 13 - Miradores
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jamás ha pretendido desgajarse de España, sino ser él mismo.
Dícese que las personas especiales huelen a sencillez y reflejan un brillo en el centro del
alma; no sé si este es el caso de Pepín, pero lo parece.
Hace gala él algunas veces de que le encanta el trabajo que hace, el que le han en-
cargado los cangueses en las urnas, y sabe bien que la realidad de una vida ociosa es
fuente de desequilibrios espirituales y causa de insatisfacciones, sencillamente porque
rompe la ley elemental de la naturaleza humana y del mundo que nos ha tocado vivir.
La vida sigue su curso y se rige -fundamentalmente- por el trabajo, la actividad y la su-
peración permanente para redimir las cosas, volcándose en ellas con todas las fuerzas
del espíritu libre, músculo o mente -o ambas cosas a la vez- sacándolas del desequilibrio
original y colocándolas en situación de servicio, de belleza y de justicia.
Esa parece la tarea del trabajo de José Manuel González Castro, sin demasiado ruido
pero con mucho sentido y dedicación, lo mismo ahora que en sus trabajos anteriores,
porque quien trabaja rectamente con sencillez, ríe con frecuencia, se gana el respeto de
la gente, intenta cumplir con su deber, nunca deja de apreciar las bellezas de su tierra
ni deja de alabarlas, busca lo mejor en los demás y da lo mejor de sí mismo intentando
dejar un mundo mejor de lo que lo encontró, es digno de alabanza por su postura mental
razonable y constructiva.
No nos importa la ideología de la persona, ni sus creencias, gustos ni aficiones, sino
la honrada dedicación de su labor en favor de los demás, desde Covadonga hasta la
capilla de Santa Cruz, desde el puente ´romano´ hasta Calcuta.
La vida es no pocas veces caprichosa en el reparto de los quehaceres de los humanos
-en ocasiones impensados- y pueden ser modificados en una variadísima producción,
siendo este el caso -pienso yo- de José Manuel, donde sus rendimientos personales
le dan un poco para todo, desde el trabajo confortador municipal, hasta la actividad
deportiva saludable, desde las entusiastas empresas para mejorar la vida de sus veci-
nos (vivan estos en la ciudad -capital del concejo- o en la más remota aldea canguesa)
hasta quedarse contemplando la pequeña reproducción de la imagen de san Antoniu de
Cangas de Arriba que está sobre su mesa de trabajo, mientras piensa -tras diez años
al frente de la alcaldía- si su postura mental se enfrenta amistosamente cada mañana
con la vida, acogiendo cada momento con el gozo que se merece, e imaginando que las
actividades a desarrollar -que son necesarias para el bien común- siguen contando con
él y con su equipo de trabajo con la misma base y disposición entusiasta del primer día.
¿Está usted en forma? (le preguntaría Goethe) y Pepín le respondería que sin duda así
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