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La Casona de Los Valles


          tablas de madera unidos entre sí por varios aros metálicos (como los toneles), son de
          boca estrecha y tienen un asa para poder colgarlos en las perchas. Se usaban para el
          agua de beber, que se extraía con un cangilón (especie de cazo metálico con mango
          tan largo como el caldero y un gancho para colgarlo del borde de la “h.errada). Tam-
          bién se transportaba la leche en ellos (de ahí su boca estrecha, para que la leche no
          cayera durante su transporte) por lo que debían ser lavados muy bien y después se
          colgaban en las perchas a escurrir (pingar, gotear). La piedra recogía toda el agua que
          goteaba de las “h.erradas” y tanto la talamera como la boca estrecha de las “h.erra-
          das” evitaban que les cayera encima el polvo. Es digno de ver la cantidad de marcas
          de desgaste hechas por las gotas de agua en esa piedra tras los siglos de uso.
               Es muy llamativo el que este “h.erraderu” tenga cinco perchas ya que lo habi-
          tual era que, en las casas más grandes, tuvieran un máximo de tres.
               En aquellos años, y dada la cantidad de personas que estaban ligadas de una
          forma u otra a la Casona, casi todos trabajadores, era de gran importancia contar
          con servicios tan útiles como disponer de un pozo de agua en la corralada. Lo que
          evitaba los frecuentes paseos al río o a la fuente.
               Ese pozo también era imprescindible para el uso de otra “modernidad”, el la-
          vadero de piedra. Éste sustituyó a la piedra de lavar, aún conservada, que se dejaba
          en el río, por obvias razones “de peso”. El moderno lavadero permitía ser usado de
          pie, sin necesidad de estar de rodillas aliviando así el trabajo de las lavanderas.
               En nuestros días, utilizados meramente como ornamento, aún se conservan
          un par de “pisuecos”, grandes recipientes de piedra, de forma redondeada, que se
          ponían bajo los lugares del tejado por donde más agua de lluvia caía. Este aprove-
          chamiento extremo del agua y el material del que está hecho el pisueco, sugiere que
          su uso se remonta a siglos anteriores.
          Otro elemento imprescindible en una Casona es la “cocina del sanmartino”. Era la
          que se utilizaba, posiblemente, desde el siglo XVII. Orientada a Norte, se cocinaba
          en el suelo, sobre trébedes, y en ella se encuentra el horno, muy grande, y en perfec-
          to estado. Sobre la campana de la salida de humos se colocan palos, enganchados al
          techo por cuerdas, de los que se cuelgan los productos de la matanza (sanmartino) a
          curar. Chorizos, chorizones, morcillas, lomos, huesos de espinazo salados, costillas,
          “botiellus”… algunos de los cuales se meterían posteriormente en “unto” (grasa de
          cerdo derretida) para comerlos frescos todo el año. Obviamente, una vez construida
          la Casona, esa cocina se dejó exclusivamente para esos menesteres puesto que, junto
          a ella, se distribuyó la gran cocina, donde se cocinaba para los señores.
               Naturalmente, todas estas faenas requerían de gran cantidad de servicio do-
          méstico. Unos camastros, en forma de literas, que aún hay en el desván, demuestran
          que algunas sirvientas dormían en la Casona.
               Y puestos a incorporar “modernidades” en las casas de Benia de Onís, también
          se cuenta que fue en ésta donde hubo luz artificial por primera vez en el pueblo con
          un sistema de carburo que el propietario hizo traer a la Casona, lo que, sin duda,
          sería de gran ayuda en el caso siguiente: Parece que a finales del siglo XIX los pro-
          pietarios tenían una hija llamada Milagrinos. Esta joven se puso muy malita y tenía

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