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actividad de su asociación cultural “El Texu”, valores todos ellos fáciles de
Miguel Aladro Calvo acreditar. No es el propósito de estas líneas. Sin embargo hay otros que por
ser intangibles no se ven con tanta facilidad, a pesar de ser universales e
imperecederos, capaces por tanto de hacer grande a un pueblo por sí
mismos: ser un pueblo de acogida implica ser generoso y solidario.
Como no recordar la casa de Sara Carcedo con tanta limpieza y tanta
austeridad o el luto riguroso de Marcela, cuya casa fue siempre, y lo sigue
Villoria, un pueblo de acogida siendo ya sin ella, un punto de encuentro, de unión familiar; una parada
obligatoria para la familia y los vecinos. Y qué decir de la sencillez de Nieves,
desviviéndose para que no le faltara nada a nadie. La sigo recordando con
Haciendo memoria, creo que llegué a Villoria en septiembre de 1987. Lo hice su andar enérgico de pasos cortos y su bata de cuadros, dispuesta siempre
como maestro y allí viví dos años y allí nació mi hijo, aunque estuve como a echar una mano a quien le hiciera falta.
docente diecisiete. Estas tres personas fueron muy importantes para mí, es cierto; pero en todo
Evidentemente ya conocía el pueblo y a una parte de su gente por haber caso son una buena representación de la grandeza de un pueblo, capaces
asistido a bodas o por ir a comer o tomar algo con los amigos. Ahora bien, de justificar por sí mismas, el título que precede a estas líneas. Tal es así que
lo que descubrí al vivir entre sus vecinos, es el valor de la acogida que éstos siento a Villoria y a sus gentes como algo propio.
dispensan a quien viene de fuera, su esfuerzo para hacerle las cosas fáciles y
que no se sienta extraño. Para ser justo y mostrar mi agradecimiento, debería
coger el censo e ir nombrándolos uno a uno. Como entiendo que esto es
imposible, espero que no se enfade nadie y que me permitan personalizar
en tres mujeres, muy mayores entonces, que fueron mis vecinas y que los
representan a todos: Sara Carcedo, Marcela Alonso y Nieves Diaz. Pensaba
entonces y lo sigo haciendo ahora, que atesoraban tantos valores que por
sí mismas eran capaces de hacer grande a un pueblo. Eran tan buenas,
era tanta la generosidad que derrochaban, que me acogieron como a un
nieto más, de modo que si hubiera necesitado la luna, no sé cómo, pero
hubieran sido capaces de traérmela. Fue tal el grado de hospitalidad que
nos mostraron, que supieron aunar lo material y lo humano con el mismo
grado de confianza que se puede encontrar en la familia: Desde ofrecer
algo tan prosaico como los enseres de la casa (platos, sillas… ) hasta ofrecer
su absoluta disponibilidad y su compañía. Decir esto hoy, en la sociedad de
las prisas, tan deshumanizada, es reafirmar la vida con unos valores que se
me antojan universales.
En este año 2021 en el que Villoria se postula como candidata a Pueblo
Ejemplar en los premios Princesa de Asturias, es fácil que se hable de elementos
y personas singulares que acrediten sus méritos, que son muchos. A nadie
extrañará por tanto que se mencione que el único románico del concejo
se encuentre en la portada principal de la iglesia de San Nicolás, o que se
hable de las raíces históricas del palacio de Camposagrado, del cardenal
fray Ceferino Martínez, del puente que ellos llaman “romano” o de la enorme
Sara Carcedo
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